Poesía de Evelio Gil




NIRA


Descansar llena y revitaliza sin apoyarse en un bastón o una mesa de tres patas. Elegir una historia, un amante, un colirio. De alguien conocido, no tan cercano. Un modo de pensar, claro, lúcido. Mudo, atento y punzante. Como un sueño, como ella. Su figura que invita a tomar una fotografía, pero su destello sorpresivo sobreexpone mi película. Nira amaneció más temprano.

Nira ve las olas romper al amanecer, pero se equivoca, sólo escucha lo que piensa ver, siendo lo que rompe su cara el remanente de la tormenta solar nacida y muerta hace ya ocho decenios.

Ligera de mirada vuelve su cabeza y el sol se ciega con el reflejo de sus ojos oscureciendo el día. Nira ríe, amasa con cuidado una nube frente a su cara y eleva las manos intentando calentar el sol. Las plantas se erigen, los procesos tardíos continúan dándole un respiro a las ruinas de este mundo.

El sol se recupera, pero es tarde. Los satélites cautivos de otras galaxias se giran y rompen su orbita hacia la tierra. Abandonan la seguridad de su lejanía y queman sus alas al ingresar a la atmósfera. 

Algo similar sucede con las sirenas que pierden la vida y sus cuerpos reposan pestilentes por tratar de alcanzarla desde lo profundo. Persiguen un reflejo que gira noche tras noche como un faro que no pierde fuerza con la luz del día.

En la superficie la belleza de Nira abandona su cuerpo, se proyecta a la arena que reposa bajo ella. Los granos romos se mueven y perfilan hasta dejar un ligero polvillo fluido como el agua. Nira se hunde y la arena lucha apoyándose ferreamente para alcanzar sus manos. Como única multitud de esta historia se apila aclamando el bronce de su piel que se confunde y arrolla con el azul, el horizonte, el musgo, las espirales, la espuma, todo se pierde en el limite entre su cabello y sus pestañas largas entrelazadas como red de palma. 

De poetiza lo tiene todo, hasta esta historia que inspira. Hasta el alma que enciende en fuego y como antorcha caminante arrasa lo que aun descansa en pie a su alrededor. Alimentándose del pasado, de la propia vida, y el tiempo que ya sin razón de ser se convirtió en su instrumento, y Nira en el recipiente perfecto de la arena que fluye.

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